Por: Roberto Candelaresi
Profundizando las raíces ideológicas de la beligerancia
Para ayudarnos a entender mejor el significado ideológico de la confrontación a escala global, nos vamos a referenciar en algunas nociones desarrolladas por un frecuente visitante a la Argentina, el politólogo y teórico político ruso Aleksander Dugin en su obra “La Cuarta Teoría Política” [2009].
Cuando nos referíamos a los “valores”, que tanto Estados Unidos como el eje Franco germánico imponen a otros países de ‘menor’ envergadura –y con bastante éxito por lo visto en el mundo occidental–, nos referimos a una serie de principios axiomáticos que el (neo)liberalismo como ideología dominante tiene ínsitos en su estructura fundamental en cualquiera de sus tipos, versiones o formas.
Parte I del artículo: Rusia: el enemigo perfecto de "occidente" en la guerra ideológica
Algunos de tales principios, se refieren al Individualismo antropológico, al Progresismo, a la Tecnocracia, al Eurocentrismo, el mercado regulador, la aprensión a las mayorías (por el populismo) y, al que nos interesa más en este trabajo por ser esencial, es el principio del Globalismo, o Unimundialismo. Este último contempla que los seres humanos son esencialmente lo mismo con una sola distinción –la individual–, el mundo debe integrarse sobre la base individual, el cosmopolitismo, una ciudadanía mundial [el concepto de Aldea Global].
Hijo de la ilustración, junto al comunismo y al fascismo, la interpretación liberal de la modernidad resultó triunfante en la rivalidad al punto que, aún en crisis, se ha convertido en los últimos 30 años, la única ideología dominante a escala mundial. En efecto, el liberalismo se instaló como el sistema operativo de las sociedades occidentales y sus zonas de influencia. Hoy es el denominador común de todos los discursos políticamente correctos, el sello distintivo de aquellos aceptados o marginalmente rechazados por la corriente principal de la política. El propio sentido común [sabiduría convencional] se ha vuelto liberal.
En términos geopolíticos, el liberalismo es parte del modelo norteamericano-céntrico, en el que los anglosajones son el núcleo étnico, y la sociedad atlántica euroamericana -OTAN- es el núcleo estratégico del sistema de seguridad global. La seguridad mundial se ha equiparado con la seguridad de Occidente y, en última instancia, con la seguridad de Estados Unidos. Así, el liberalismo no es sólo una fuerza ideológica, sino también una fuerza política, militar y estratégica. La OTAN es fundamentalmente liberal. Defiende las sociedades liberales, lucha por el liberalismo.
El liberalismo es profundamente nihilista en su centro. El conjunto de valores que defiende el liberalismo está esencialmente ligado a la tesis principal: la libertad, la liberación. El liberalismo es una lucha contra todas las formas de identidad colectiva, en contra de todo tipo de valores, proyectos, estrategias, objetivos, fines, etc. que sean colectivistas, o al menos no individualistas. Nada que proponga a la sociedad humana alguna meta común es admisible, en ese orden se repudia hasta la filosofía política de Platón o Aristóteles.
Las metas y valores deben ser individuales. Por eso se combate (y no solo en el ámbito cultural o filosófico) a toda sociedad que se resista a poner al individuo como su valor más alto. Así todo colectivismo, todo proyecto de masas serán tildados de totalitarios, en su versión fascista o comunista. Lo mismo se acomete contra los símbolos de esas ideologías; clase social, raza o Estado Nacional. Las voluntades que se suman a una causa común en palabra y obra, están equivocadas, por tanto, hay que liberarlos.
La “muerte de la Historia”
Desde la caída (o implosión de la URSS), último rival del liberalismo occidental, la sociedad abierta se impuso como ideología. Sin antagonistas, la ideología liberal predominante, genera lo que se conoce gracias al comentarista político estadounidense Charles Krauthammer, como el momento unipolar de la historia. Periodo de dominación global del liberalismo que durará desde 1991 hasta 2014 (ataque a las torres gemelas y la reacción yankee – y mundial – en el medio).
Los principales actores geopolíticos aceptaron los axiomas del liberalismo, incluyendo Rusia (principalmente en el plano político y económico) y China, especialmente esta última por su economía mixta y ‘abierta’. Las excepciones fueron escasas, abarcando a Irán, Corea del Norte, Cuba y no mucho más. Pero, siguiéndolo a Dugin, entendemos que esa victoria del (neo)liberalismo paradójicamente siendo su cúspide triunfal, lo dejó sin enemigos a los que combatir, ya no existían sociedades (o regímenes) totalitarias con quienes confrontar! No hubo más objetivos que “liberar”, y eso revirtió su esencia positiva (proactiva) a negativa (libertad, ¿para qué?).
Por ello, lo que sobrevino durante estos 30 años, fue una fase interna en las sociedades liberales, que, en una suerte de purga trató de acabar con los últimos elementos no liberales en su interior, tales como el sexismo, la incorrección política, la desigualdad entre los sexos, etc., cualquier ranura donde descansara la dimensión no individual en las instituciones del Estado, la Iglesia, etc.
Es que sin una lucha por «liberar alguien de…», el liberalismo pierde sus contenidos. Resalta su nihilismo implícito que lo deja en evidencia ante la sociedad, que siempre busca valores –aunque hoy se vive una transición de los tradicionales– a nuevos conceptos, porque en definitiva los valores que ofrece el liberalismo no son trascendentes a nivel humano. La libertad para hacer lo que quieras, pero sólo a escala individual, provoca la implosión de la personalidad. El ser humano pasa al reino de lo infrahumano, a los dominios sub-individuales. Eso es la evaporación de lo humano. Sin destino común, el individuo queda muy solo y alienado. Tiene libertad, pero en un desierto, no hay caminos ni puede hacerlos en un mundo del sin-sentido.
Buscando un nuevo enemigo
En el mundo monocolor del liberalismo ‘vencedor’ forjado desde 1991, comenzaron a verificarse unas nuevas problemáticas o a superficializarse antiguas invisibles. Así, se comienza manifiestamente con el choque de culturas y civilizaciones, las masivas migraciones, el terrorismo real y virtual, el creciente etnicismo en los países con conflictos civiles, etc. todas manifestaciones caóticas que ponen en riesgo al «Orden», que, en esta etapa histórica es el liberal. En este marco, la ausencia de fuertes valores pone al descubierto el nihilismo esencial del liberalismo, lo deja al hombre vacío, en una naturaleza humana intrascendente, solo lo rodea la “nada” misma, sus emociones virtuales. La identidad de los sujetos es compuesta a partir de la sociedad, de la historia, de la gente, de la política. Esta manifestación, cada vez más elocuente, puede significar la misma muerte de esta ideología de largo alcance, pero de pies de barro, y otro tanto ocurriría con su consecuencia; la globalización.
Ante esta evidencia, las descomposiciones sociales, los separatismos, el caos social y la creciente insubordinación de las clases medias [Ver toma del Capitolio en Washington], el liberalismo necesita para preservar el orden – antes de que todo implosione –, de una nueva confrontación de carácter ideológico. En el horizonte aparece claramente la Rusia de Putin. No antiliberal, no totalitaria, no nacionalista, no comunista, pero, de características ambiguas, nada radicalizada, pero en un lento proceso de ajuste de hegemonía interna, diríamos en un transformismo* en el sentido gramsciano, y para nada susceptible de subordinarse a cualquier ordenamiento impuesto y no consensuado.
Pero la agenda mundial del liberalismo (EE.UU., OTAN) necesita otro actor, otra Rusia, que justifique el orden en la esfera del liberalismo dándole una «causa justa de lucha», ayude a movilizar a Occidente desmoronado por los problemas internos, retrase la inevitable explosión del nihilismo interno, y así salve al liberalismo de una lógica crisis final. Por eso necesitan con urgencia a Putin, a Rusia, a la guerra. Esta es la única solución para evitar el caos en Occidente y mantener el orden en el resto del mundo. Es la justificación de su misma existencia. La eterna lucha de la “sociedad abierta” para seguir afirmándose a nivel global. Desdeñan la clara transformación de los rusos y sus aperturas, políticas, sociales y económicas. Necesitan ese enemigo ideológico.
El radicalismo islámico no tiene la estatura como enemigo global, “solo” justificó intervenciones militares a escala local (Irak, Afganistán, Libia, Siria). Ideológicamente primitivos, no representan un reto que requieren los liberales para empeñarse en una lucha de gran alcance. En tanto Rusia —el enemigo geopolítico tradicional de los anglosajones– es mucho más serio como contendiente. Se adapta bien a cualquier demanda, la historia y la memoria de la guerra fría siguen vivas en la mente. El odio hacia Rusia es la cosa más fácil de provocar con relativamente escasos medios, y lo observamos estos días, con la descarada asistencia de los grandes medios occidentales que emplean todo tipo de artimañas para demonizar, ridiculizar, ocultar motivos y falsear antecedentes que invoque la Federación Rusa para justificar sus acciones militares. En ese sentido, la ocultación por parte de la prensa occidental (en gran proporción) de las violaciones a los derechos humanos en la región del Donbass por parte de fuerzas armadas ucranianas y – lo peor –, la participación de formaciones milicianas nazis autorizadas por Kiev en la represión ilegítima y criminal a los civiles separatistas es sencillamente bochornosa en nuestra opinión. Y ese ocultamiento es a despecho de la ONU, que constató 14.000 muertes civiles en la región reprimida, y el reporte de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), en el que se confirma cuantiosos crímenes de guerra contra la población civil rebelde.
Objetivos mediatos del salvataje del orden liberal
Con el propósito de evitar (o retrasar) el desorden neoliberal, los objetivos serán múltiples y de variados niveles, repasemos los más obvios a nuestro parecer:
En su marcha contra Putin – Rusia, la voluntad de los países dependientes que comparten la ideología, se consolidará más al lado del Occidente liberal. De ese modo también se logra reafirmar al liberalismo como identidad «positiva» y retrasar su disolución por el nihilismo.
Para EE.UU. un largo conflicto armado puede significar una reforzada lealtad por parte de los europeos, temerosos del oso ruso, que los inclina (pese a la voluntad del binomio franco alemán) a reconsiderar a la hiper potencia como útil a su seguridad y estabilidad, y garantizar la continuidad de la OTAN.
Reconsiderar a la función de la Unión Europea (muy resistida por varias sociedades nacionales), si logra unificar criterios y movilizar los pueblos europeos para defensa de su libertad y valores frente al “imperio ruso”.
La guerra puede tapar o justificar las trastadas cometidas por el gobierno ucraniano desde el Maidán, y si se pueden sostener enfrentando a los rusos, un motivo más para suprimir la democracia y dominar a gusto con su estilo «nacionalista» a todo su territorio bajo control.
Visto lo precedente, a Rusia no le queda otra salida que GANAR LA GUERRA, para su propia supervivencia autónoma.
Dimensión ideológica de la Guerra
La imagen del líder del gran mal, debe ser ‘reconstruida’ en occidente, y la idea de asociarlo al nazismo o al comunista ex KGB, no puede ser efectiva más que para los inadvertidos ciudadanos occidentales. Sin embargo para la opinión pública occidental más avezada, convendrá asociarlo a un nuevo nacionalismo imperial ruso. En definitiva, su semblante quedará como una mezcla de fascista – nacionalista – imperialista, no desdeñando del todo la sombra de comunista y bolchevique. En occidente – gran público ignorante – funciona. Ese encuadramiento lo obligará a definirse muy a su pesar, aunque intuimos que en realidad es un pragmático, un fan de la realpolitik en las relaciones internacionales, sin ideología definida adapta partes de todas para su estilo de gobernanza.
Como diría Dugin, la idea principal es que Rusia se convierta en un objeto de liberación. El objetivo es liberar a Ucrania (Europa, la humanidad) de Rusia y, en última instancia, a Rusia de sí misma, de su identidad antiliberal. Por eso tenemos un enemigo tal que devuelve el derecho a existir al liberalismo. Ese es el desafío que revive. El globalismo recobra fuerza. Rusia está aquí hoy y ahora para salvar a los liberales.
Para que ello sea eficaz, insistimos en la regla ideológica: Rusia debe ser ideológicamente encuadrada como algo pre-liberal. El juego es de encuadramiento. La imagen del enemigo, del diablo.
Concluyendo
Como siempre, diríamos metafóricamente que se trata en primer lugar de desbrozar la maleza para observar el terreno en todo su potencial. Defendemos la tesis que EE.UU. y Europa occidental, aprovechan los conflictos (que a veces generan o estimulan ellos mismos) no solo para debilitar a una poderosa pero rebelde potencia euroasiática, para avanzar sobre el dominio global con la sola ‘amenaza’ de la propuesta china, como para disputarle a la alianza atlántica los resortes de la riqueza (y poder) mundial, sino que erigen al “enemigo perfecto” para subsistir, y en todo caso, para atrasar la decadencia o la posibilidad de implosión que ya se observa en el agotado neoliberalismo. El cuco resurgido. El totalitarismo acechante. ¡Libertarios del mundo uníos! Parece ser la nueva consigna.
Nuestra posición como país periférico y con un alto grado de sometimiento (especialmente condicionados por la refinanciación del FMI), debe ser de cuidado. Nuestra proyección estratégica debe ser a favor de un estadio post liberal, para un futuro alternativo.
La preeminencia de Rusia en el contexto de los poderes mundiales garantiza un mundo multipolar más justo, nosotros los argentinos podemos dar fe de ello. Rusia siempre ha sido un aliado confiable, y sus intereses nacionales no chocan con los nuestros. Nuestra alianza con la Federación destila mutuo respeto y por tanto dignidad, la libertad de ambos es positiva, es una libertad para, no “libertad de”. El orden liberal reinante nos condena a un dominio indeseado por las mayorías, y al sojuzgamiento a la oligarquía financiera mundial.
Sostener un polo de poder alternativo, con valores conservadores, que podemos compartir o no, nos garantiza la salvaguarda de nuestras propias tradiciones humanistas y modos autóctonos de espiritualidad. Libertad de destino. El orden mundial tal cual (neoliberal), solo nos garantiza estabilidad… de pobreza y nos condena a la periferia.
El único futuro libre es el multipolar. Por eso, al menos desde nuestra modestia potencia, sin involucrarnos en ninguna acción bélica, debemos luchar contra la desinformación, la tergiversación de los hechos y razones que buscan desacreditar con falsos encuadramientos, tal vez la única posibilidad que un poder ideológico posliberal triunfe sobre el liberalismo nihilista y opresor.
El gobierno nacional, debe corregir parte de su discurso, para equilibrar con justicia la posibilidad de la verdad, preservando nuestra propia ideología de proporción, de defensa de los derechos humanos y de la neutralidad.